
La primera batalla en la que interviene El Cid es la de Graus, que tuvo lugar el 8 de mayo de 1063. Graus era una plaza fortificada del reino moro de Zaragoza, que pagaba parias a Castilla para que le defendiesen de sus enemigos, y que estaba sitiada por los aragoneses, por lo que los castellanos tuvieron que acudir en su auxilio. El Cid, joven aun, combatió como uno más en esta, inclinándose la victoria de su parte, por lo que se conservó la plaza.
Muerto Fernando I y partido su reino entre sus hijos, Sancho II que había tenido a El Cid como su protegido, le nombra Alférez del reino. El alférez del reino era la persona de confianza del rey, llevaba su estandarte, además de su espada antes de las batallas, cabalgando siempre delante de el, siendo, además, el jefe de todos sus ejércitos. También le sustituía en ciertas funciones de gobierno del reino. ¡Y todo esto con veinte años recién cumplidos! Grandes cosas tenía que haber hecho ya Rodrigo para alcanzar tan joven ese cargo.
En esta época, Castilla y Navarra pleitean por la propiedad de los castillos de Calahorra y Pazuengos. Acabamos de ver que el castillo de Graus se defendió peleando fuera de él. Con estos va a suceder lo mismo, pero de una forma diferente. Se disputaron en un combate singular, esto es, un caballero de un bando contra otro del otro, quedando el castillo en manos del bando del vencedor. Por los navarros lucho Jimeno Garcés, guerrero de gran poder y fama en la cristiandad, y por los castellanos su Alférez, cargo que ostentaba Rodrigo Díaz. El duelo no era a muerte necesariamente, razón por la que el navarro, que fue derrotado, conservó la vida. Tan clara debió de ser la victoria de El Cid, y tantas las habilidades que mostró, que se le comenzó a llamar “campidoctor”, esto es, doctor en las artes del combate, de donde se deriva Campeador.
Sancho II quiere para sí todos los reinos que repartió Fernando I entre sus hijos, pues él era el primogénito. Después de las batallas de Llantada y Golpejera, se apodera del reino de León, que ya contenía a Galicia, y pone cerco a Zamora, señorío de su hermana la Infanta Urraca. (3 Zamora) Como todo castillo, o ciudad amurallada, resulta inmensamente difícil de tomar al asalto, a pesar de que en el cine es la forma habitual de conquista. El cerco se va prolongando en el tiempo, mientras que sitiadores y sitiados buscan, la forma de, adueñarse de la plaza unos, y de obligarles a levantar el cerco los otros. En esta ocasión los zamoranos toman la iniciativa y urden un plan para asesinar a Sancho y obligar a los castellanos y leoneses a abandonar el cerco. A tal efecto sale a escondidas de la ciudad, como si desertase y no quisiera ser visto por los zamoranos, un caballero llamado Bellido Dolfos. Este caballero, que probablemente era conocido por Sancho o alguno de sus hombres, finge haber desertado para pasarse a su bando. Una vez ganada la confianza de Sancho se las ingenia para quedar ambos solos y acercarse a las murallas, como si quisiera enseñarle el lugar por donde poder atacar con facilidad. Aprovechando un descuido del rey, lo asesina y sale al galope hacia un cercano portillo donde, al estarle esperando, entra en la ciudad (15 y 16). Los sitiadores levantan al cerco y dejan Zamora libre. Esto no se puede considerar derrota, pues no ha habido enfrentamiento entre los dos ejércitos o intento de asalto que haya sido rechazado. Además se debía abandonar el cerco por corresponder a Alfonso, hermano inmediatamente menor de Sancho, el trono de Castilla por haber muerto este sin descendencia y ser aquel quien debe decidir lo que se hará con Zamora.
Pero ahora entran los juglares a contarnos la historia a su modo, y así tenemos los versos que dicen:
Rey Don Sancho, rey Don Sancho
no digas que no te aviso
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido;
se llama Bellido Dolfos
hijo de Dolfos Bellido,
cuatro traiciones ha hecho
y con esta serán cinco.
Si gran traidor fuera el padre,
mayor traidor es el hijo;
gritos dan en el real
que a Don Sancho han malherido;
muerto la ha Bellido Dolfos,
gran traición ha cometido;
desque le tuviera muerto
metiese por un postigo,
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
-Tiempo era, Doña Urraca,
De cumplir lo prometido.
También hay otro poema en que se relata que, percatado El Cid de la traición, monta en su caballo y sale en persecución del traidor, más por no tener las espuelas colocadas no puede aguijar a su caballo lo suficiente, y se le escapa, maldiciendo al caballero que cabalgue sin ellas. Esta plaza, junto con su castillo, marcará la vida de El Cid, como antes he dicho, pues a partir de aquí su vida cambia por completo.
Con la muerte de Sancho (el domingo 7 de octubre de 1072), Alfonso es coronado rey de Castilla, León y Galicia. El Cid no ocupa a su lado el mismo cargo que tuvo con Sancho, pues, lógicamente, Alfonso ya tenía a su propio Alférez, pero le mantiene en puestos de alta confianza. Se abre ahora un gran paréntesis en la vida bélica de El Cid, pues reina la paz en las tierras de Alfonso.
Por una serie de acontecimientos, cuya exposición nos apartaría del asunto de esta conferencia, Alfonso destierra de Castilla a Rodrigo Díaz. Es el verano de 1081. Al salir de Vivar le acompañan sesenta caballeros. En Cardeña deja a su mujer e hijas. Cuando al despedirse “el dolor que siente es como si se separase la uña de la carne”, son ya trescientas las lanzas que le acompañan. En el inicio del destierro, “polvo, sudor y hierro. El Cid Cabalga”.
Es el Cantar de Mío Cid el que con más detalle informa sobre los primeros tiempos del destierro, por lo que se acude a él principalmente para ver que le sucede.
Al abandonar Castilla entra en tierras del rey moro de Toledo, tributario de Alfonso.
El Cid y los suyos acampan cerca de Castejón de Henares (2). Forman un ejército de trescientos caballeros muy preparados para el combate. Álvar Fañez “Minaya” propone dividir en dos el pequeño ejército y le dice a El Cid que con doscientos caballeros partirá en algara por tierras de moros para capturar un buen botín. Mientras que él con los cien restantes podrá apoderarse de Castejón para servir después de refugio. El Cid acepta la sugerencia y queda toda la noche emboscado para no ser descubierto. Al amanecer salen los habitantes de Castejón a trabajar en los campos sin descubrir a los emboscados. En el pueblo queda muy poca guarnición y las puertas abiertas, pues no se espera ataque alguno. Pero lo que tampoco esperaban era que el desterrado, del que desconocían su caso, había salido de Castilla por la ruta donde ellos estaban. Así, cuando ya se habían alejado del pueblo, salen los cristianos y, en rápida galopada entran en el pueblo sin encontrar apenas resistencia.
Esta forma de conquista de una plaza es rarísima, y únicamente puede darse en casos semejantes al descrito.
Cuando regresa Minaya lo hace con un gran botín, entre el que se cuenta, además de oro y otros objetos de valor, armas y ganados, cosas más valiosas aún para quien salió de Castilla con poco más que lo puesto. El Cid transforma en dinero todo lo que no le sirve y lo reparte entre sus hombres, reservándose él la quinta parte como era lo usual en estos casos.
Temiendo que Alfonso pudiera intentar atacarle por estar de algara tan cerca de su reino, vende Castejón a los moros, sus antiguos propietarios, y lo abandona. Por el camino no deja de aumentar su riqueza a cuenta de los poblados moros que va encontrando. Finalmente, acampa en un otero a la vista de Alcocer (Guadalajara) y lo fortifica con fosos y empalizadas para evitar ataques enemigos, conservándose aun vestigios de esta fortificación.
Por entonces ya sabían todos que El Cid había salido de Castilla desterrado y que estaba de correrías por tierras de moros, por lo que el miedo se había apoderado de ellos. Por esta razón, y para evitar ser atacados, los de Alcocer y otras plazas accedieron a pagarle parias. Pero la intención de El Cid era la de tomar la villa, por lo que al cabo de quince semanas, y como no se la entregaban, preparó un plan de ataque. Levantó el campamento y abandonó el otero con la intención de que los de Alcocer pensasen que se le habían terminado las provisiones y se retiraba. Para dar más credibilidad a la treta, las armas las portaban como quien no piensa entrar en batalla. Los alcocereños mordieron el anzuelo, y pensando que en estas condiciones sería presa fácil, salieron a su alcance para recuperar las parias que les había cobrado y capturarle todo lo que pudieran antes de que lo hicieran los de otras villas. Pero salen de forma desordenada y dejan las puertas escasamente guardadas. Como esto es lo que esperaba El Cid, cuando ve que se han alejado de las murallas lo suficiente manda volver grupas y atacar a la carrera. Con sus largas lanzas pasan entre los moros que avanzan en total desorden causando gran mortandad. Sobrepasados estos, entran en la ciudad sin apenas resistencia y cierran las puertas, dejando a los moros en el campo con dos palmos de narices.
Los moros de las plazas cercanas, viendo el enorme peligro que supone tener a El Cid en Alcocer, del que ya conocen de primera mano su bravura y arrojo, piden ayuda a Tamín, rey de Valencia. Este manda a dos emires, Fáriz y Galve con más de tres mil hombres de armas.
Cercan Alcocer y les cortan el agua. Los de El Cid quieren salir a combatir pero este no se lo permite. Cuando van por la cuarta semana de asedio, y ante el riesgo de morir de sed y hambre, el Cid se reúne con sus jefes y a propuesta de Álvar Fañez deciden salir a combatir con los seiscientos hombres de que disponen al día siguiente. Manda echar a los moros que quedaban y al amanecer, todos, menos dos hombres que guardarán la puerta, presentan batalla a los moros en perfecta formación esperando la orden de El Cid de atacar. Esta maniobra sorprende al ejército moro, que a toda prisa comienza a prepararse para la batalla que se avecina. El Cid ha dicho que no se mueva nadie de los suyos hasta que él de la orden, pero a su portaestandarte, Pedro Bermúdez, le puede la impaciencia y sin pensárselo dos veces se arranca contra los moros mientras grita: “¡El Criador os valga, fiel Cid Campeador!, ¡voy a meter vuestra enseña en aquella fila mayor! Rápidamente mete su caballo entre los enemigos, donde todos quieren arrebatarle la enseña. El Cid rápidamente reacciona y dice: ¡Ayudadle por caridad! Al punto, con las lanzas en ristre y en perfecta formación de combate, los cristianos acometen a los moros. Al acercarse los ejércitos El Cid (14) va diciendo a voz en grito: ¡Heridlos, caballeros, por amor del Criador! ¡Yo soy Ruy Díaz de Vivar, El Cid Campeador! Los trescientos caballeros con sus lanzas en la primera pasada matan a trescientos moros. Vuelven grupas, y en la segunda a otros tantos.
Así relata el Cantar la batalla: “Veriedes tantas lanzas premer e alzar, tanta adágara foradar e passar, tanta loriga falssar e desmanchar, tantos pendones blancos salir bermejos en sangre, tantos buenos cavallos sin sos dueños andar. Los moros llaman Mafómat e los cristianos santi Yagüe. Cadien por el campo en un poco de logar moros muertos mil trezientos ya.
Los emires huyen, lo que provoca la desbandada de su ejército. Los de El Cid les persiguen y dejan fuera de combate. El botín es tan grande que el Cid manda un gran presente a Alfonso y dinero al monasterio de Cardeña para que se digan mil misas y para el sostenimiento de su mujer e hijas.
La tierra de Alcocer es pobre y no le interesa, por lo que se la vende a los moros por tres mil marcos de plata. Sumado esto al botín conseguido, se logra que todos los cristianos se enriquezcan y el juglar pueda decir: “Quien sirve a buen señor, alcanza buen galardón”.
Pero debió ser tan noble el comportamiento de El Cid con sus enemigos, que los moros se lamentaban por su marcha.
Sigue corriendo las tierras de ambas márgenes del Ebro, consiguiendo que sean muchas las plazas que le paguen tributo, o parias, para que no las ataque. Hasta Zaragoza paga.
Conviene ahora decir que esto del pagar parias para que no te ataque el que las cobra lo hicieron primero los moros con los cristianos hasta poco después de la muerte de Almanzor, en que se invirtieron las tornas. Antes de su destierro, El Cid, había ido a tierras de moros a cobrar las parias que debían a Alfonso. Por eso, estos hechos no suponen ninguna merma de la buena fama de El Cid.
Otro castillo que marca la vida de El Cid es el de Aledo. Este castillo era de Alfonso y estaba situado al norte del reino de Murcia. Los moros lo habían puesto cerco y era vital que no lo conquistasen. Para poner en fuga a los sitiadores, Alfonso pide ayuda a El Cid. Este acepta ayudarle, pues ya le había el rey perdonado el destierro, pero por razones no perfectamente esclarecidas, no puede unirse a Alfonso. No obstante este consigue con su sola presencia que los moros abandonen el asedio. Pero los enemigos de Rodrigo convencen a Alfonso de que si el encuentro no ha tenido lugar se debe a que El Cid no ha querido ayudarle para ver si los moros le mataban. El rey lo cree y le destierra por segunda vez, desposeyéndole de todas sus propiedades y encarcelando a su mujer e hijas.
El Cantar pone la conquista de Murviedro, la actual Sagunto, antes que la de Valencia, aunque fue cuatro años después, pero sin relatar como lo hace. Expongo las dos versiones. Los de Valencia y otras plazas analizan la situación en que les ha puesto El Cid después de conquistar Murviedro y no ven otra salida que presentarle nuevamente batalla para tratar de expulsarle de sus tierras por el gran daño que les hace. Por ello, comienzan a sitiarle con tropas. El Cid se percata de lo que pretenden hacerle y manda venir a los suyos que están en villas próximas, por lo que aumenta el número de sus guerreros. Pronto queda el cerco completado y no puede nadie entrar ni salir de Murviedro si no lo permiten los moros. Al tercer día El Cid decide salir y presentar batalla. Álvar Fañez le propone dividir las tropas en dos grupos, el principal al mando de El Cid y otro compuesto solo por cien hombres a su mando, que saldrá el último, y atacará por un costado.
Al amanecer del día siguiente tiene lugar el ataque cristiano. Los moros no se esperan esto de los sitiados, por lo que les cogen desprevenidos. Para poner peor las cosas a estos, al poco de comenzar el combate, Minaya con sus cien hombres ataca por un costado sembrando el desconcierto en las filas enemigas, que quizá piensan que son refuerzos que recibe El Cid. En el combate mueren dos emires, desbaratan su ejército y recogen un cuantioso botín. Como consecuencia de esta batalla no solo conserva Murviedro, sino que caen en sus manos varias villas más, por lo que Valencia deja de ser segura. Ahora veamos la versión histórica: El Cid pone cerco a Murviedro. Estos piden ayuda a moros y cristianos, pero Alfonso les dice que prefiere que caigan en manos de Rodrigo, los de Zaragoza les dicen que no se atreven a enfrentarse con El Cid y el Conde de Barcelona tampoco, pero pone cerco a un castillo de él para que al ir a defenderle afloje el cerco de Murviedro. Pero ante el solo aviso de que se acercaba el Cid, cosa que no era cierta, le entro tal pánico que levantó el cerco y se volvió a Cataluña. Finalmente, los de Murviedro se entregan a El Campeador. Esto de Murviedro es mucho más asombroso que ganar una batalla después de muerto, pues ya nadie se atreve a hacerle frente.
Volvamos al Cantar. El Cid decide atacar Valencia para conquistarla. Pero como no era tarea fácil, manda mensajeros por todos los reinos cristianos para reclutar un ejército suficiente, ofreciendo grandes ganancias a quien acudiera en su ayuda, pues ya no había obstáculo alguno para que pudiera unírsele quien quisiera al haber sido perdonado de su segundo destierro. Mientras tanto continua con el saqueo de los alrededores de Valencia, robándoles sus cosechas y ganados, dificultando, además, el transito de personas y mercancías, por lo que a los valencianos les termino faltando comida.
Finalmente, y cuando ya había reunido un gran ejército, el cerco de Valencia se hizo absoluto. En una ocasión y, debido a una mal intencionada información, ordeno un ataque contra una puerta de Valencia (le habían dicho que había pocos defensores y que sería fácil entrar), pero fue recibido con una lluvia de flechas y tuvo que retirarse. Al décimo mes y, después de grandes penalidades y diezmada la población por el hambre y las enfermedades, Valencia se rinde al Campeador. La razón por la que tardan tanto en rendirse los valencianos se debe a que pensaban que iban a venir en su auxilio tropas moras del rey de Zaragoza y otros lados. Incluso les dijeron que hasta Alfonso iba a venir para obligar a El Cid a levantar el cerco. Pero todo eran mentiras, solo pretendían que Valencia resistiese a toda costa para ver si El Campeador se cansaba de esperar y se iba. No fue así y la rendición se produjo el 15 de junio de 1094, entrando El Cid en Valencia al día siguiente. Esto también dejó marca en su vida, quizá la mayor, pues se convirtió en el primer hombre no rey que conquistaba un reino para sí mismo.
Mucho pesa en el Islam la perdida de Valencia, por lo que deciden recuperarla casi de inmediato. A tal efecto. El rey de Sevilla manda un ejército de treinta mil hombres contra Valencia. Pero El Cid pide ayuda a Pedro I de Aragón, el cual se pone en movimiento hacia Valencia. El Cid sale a su encuentro y ambos ejércitos de dirigen a la ciudad del Turia. El rey sevillano conocedor de estos movimientos les corta el paso en un desfiladero. El ejército moro es muy superior al cristiano, pues El Cid, al no esperar combate alguno, no sacó de Valencia más que unos pocos hombres que, a pesar de los de Pedro I, no eran suficientes como para presentar batalla con un mínimo de garantías de victoria. El desanimo en los cristianos comienza a cundir. Pero El Cid también es buen orador y con una ardiente arenga levanta la moral de los cristianos, que lanzan en un feroz ataque contra los moros, a los que pillan por sorpresa, pues no esperaban tal reacción, por lo que son derrotados, sacando los cristianos un gran botín. Esta fue la batalla de Bairén, que aunque no se dio al pie de Valencia, sirvió para conservarla.
Con parte de sus riquezas El Cid manda un presente a Alfonso y le pide que permita que su mujer e hijas puedan reunirse con él en Valencia. Alfonso lo permite y, días después encontramos a la familia completa dentro de la ciudad del Turia.
A Yúcef, rey de Marruecos, no lo gusto nada que El Cid se asentara en Valencia. Por eso, junta un ejército de cincuenta mil hombres según el Cantar, ciento cincuenta mil si nos atenemos a la Historia Roderici, y pone férreo sitio a Valencia con la intención de recuperarla.
Plantan las tiendas y queda la ciudad totalmente rodeada. Nadie puede entrar ni salir de ella. Lo que El Cid hizo con Valencia, ahora se lo hacen a él, pero con un ejército diez veces mayor. De acuerdo a las estrategias del momento, Valencia está perdida y con ella El Cid y sus hombres.
Pero…El Cid hace subir a lo alto del alcázar a su mujer e hijas y les enseña los miles de tiendas enemigas que rodean la ciudad. A la vista de esto y del tronar de los tambores y atabales enemigos, cuyo ruidoso sonido ponía espanto a los cristianos que no los conocían, las tres son presas del pánico. Mío Cid las calma y las dice: “¡Honrada esposa, no hayáis pesar! Esto es que nos aumenta maravillosa y grandemente la riqueza, nada más venir vos ya os quieren hacer presentes: para casar a vuestras hijas, aquí os traen el ajuar”.
Al Campeador le habían llegado noticias de que comenzaba a haber deserciones entre los sitiadores, pues había ya cierto desaliento entre ellos y el temor que el solo nombre de El Cid les inspiraba iba haciendo su trabajo. Además, el ejercito moro se había relajado en el cerco por estar convencido de que El Cid no podría romperle solo con sus hombres Por eso, y sin esperar a que llegasen los refuerzos que había pedido, los sitiados sacaron una noche un buen número de hombres y pasaron a colocarse por detrás de las tiendas de los moros, que en el colmo de la seguridad de su victoria, no lo tenían vigilado. Al amanecer sale El Cid con el resto de su tropa y ataca por sorpresa al campamento moro. Aunque no esperaban al ataque, reaccionan a tiempo y comienzan a repelerle, o eso creían ellos, pues en realidad el retroceso de los cristianos formaba parte de un plan para arrasar el campamento moro desde su retaguardia. Efectivamente, mientras creían que estaban haciendo retroceder a las cristianos iban abandonando su campamento que, cuando estuvo suficientemente vacío fue atacado por los que habían salido de noche, ataque que fue interpretado como la llegada de los refuerzos que esperaban los cristianos. Simultáneamente, El Cid y los que con él estaban dejaron de retroceder y pasaron al ataque. El ejército moro optó por la huida y el abandono en el campo de todo lo que les frenase esta huida. Esta fue la batalla de Cuarte, batalla que, de haber sido perdida por El Cid, podría haber supuesto un gran retroceso en la reconquista, pues ese ejército moro era potentísimo y no se hubiese conformado solo con la conquista de Valencia.
Las buenas relaciones de El Cid con Alfonso hacen que aquél le envíe unos hombres de su ejército, entre los que se encuentra su hijo Diego, para ayudarle en el intento de conquista de la plaza de Consuegra, al sur de Toledo. Pero no solo no se consigue la conquista, sino que, además, muere en esa batalla el hijo de El Cid. Es el 15 de agosto de 1097. Evidentemente, esto tuvo que dejar profunda huella en él, aunque no lo recoja la historia.
El Cid nunca tuvo buena salud, estando documentadas varias enfermedades que padeció. A consecuencia de la última muere en Valencia el día de Pentecostés, 10 de julio de 1099. Así lo relata el cantar: d“Pasado es deste sieglo – Mío Cid de Valencia señor el día de cincuaesma – de Cristus haya perdón”. Como hasta 1102 no se abandona la ciudad por no poder ser defendida por Alfonso, bien pudieron suceder muchas cosas, entre ellas un nuevo intento de conquistar la ciudad por parte de los moros a raíz de la muerte de El Cid. Así, la leyenda cuenta que esto sucedió, y no sabiendo los sitiados como defenderse, alguien tuvo la idea de sacar al El Cid de su sepulcro para montarlo en un caballo y, con el al frente salir una vez más contra el moro. La fama de El Cid es enorme, el miedo que se le tenía en vida también. Los moros han sitiado Valencia al saber que Rodrigo ha muerto y que, por ello, sería posible su conquista. También saben que era capaz de las estrategias y audacias más impensables. Por eso, cuando le ven aparecer montado en su caballo creen que lo de su muerte es una trampa que les ha tendido para atraerles y matar a muchos de ellos, causándoles una nueva derrota, por lo que para salvar su vida huyen despavoridos sin presentar batalla.
En esta exposición hemos visto como El Cid ataca y defiende los castillos. Esa idea que nos han transmitido la literatura de aventuras y, sobretodo, el cine, de cómo se ataca y defiende un castillo no la vemos plasmada en los hechos cidianos, y eso que conquistó decenas de plazas y castillos. Solamente una vez intenta un asalto a las murallas y tiene que abandonarlo por resultar imposible el intento. (9)Tampoco a él le atacan a sus murallas. La mayoría de las veces se conquistaba un castillo o plaza por rendición de esta al no poder resistir el asedio. También por estratagemas, como hemos visto en un par de casos. En otra ocasión se intenta entrar en la ciudad con la ayuda del que se creía un traidor, resultando que la traición fue para defender la plaza. La defensa la realiza atacando a los sitiadores cuando menos se lo piensan, o incluso cuando aún no han llegado a la ciudad, como en Valencia. Pero hay más razones del éxito de El Cid en sus batallas. Con él van siempre peones y muchos hombres a caballo, experimentados todos y bien armados, diríamos que profesionales de la guerra, mientras que en las filas de sus enemigos escasean estos, (11, 12 y 13) pues resulta imposible encontrar a muchos miles de hombres verdaderamente preparados en conocimientos y armas. (14) Además, sus jinetes usan todos una lanza más larga que la que se empleaba hasta entonces, una lanza con la que se acomete al enemigo sin soltarla, de forma semejante a como se usaba en los torneos, con lo que tenían una adicional ventaja contra los que aún no la usaban. También sabe distribuir sus tropas en el campo y usar el factor sorpresa, tomando siempre él la iniciativa. Cuando los moros comienzan a emplear una táctica de combate envolvente, que a Alfonso lo costó la derrota de Sagrajas, con Rodrigo esta no tuvo éxito, pues conocía todas las tácticas de los moros, como aparentar una huida para hacer que el enemigo se confíe y disgregue en su persecución, y volver grupas contra él cuando menos se lo espera.
Invito a todos a que lean escritos o poemas sobre él, no solamente El Cantar, sino otros como El Carmen Campidoctoris, Historia Roderici, Las mocedades de El Cid, etc. Pero sobre todo “La España de El Cid” de Menéndez Pidal y “El Cid histórico” de D. Gonzalo Martínez Díez.
Finalmente, un apunte de algo que sucedía paralelamente a lo expuesto en lo que actualmente es la provincia de Burgos. Coexistían con El Cid cinco abades que acabaron subiendo a los altares por su santidad. Son estos: San Iñigo en Oña, Santo Domingo en Silos, San Sisebuto en Cardeña, San García en San Pedro de Arlanza y San Lesmes en Burgos. Además, también convivió 19 años con San Juan de Ortega. Ciertamente que, para los burgaleses, fue una segunda mitad del siglo XI gloriosa.
Y no olviden que “A todos alcaza honra por el que en buena hora nació”.